Asociación CAUÉ - Amigos de São Tomé e Príncipe

El emblemático Pico do Caué


Vista del Pico do Caué o Cão Grande desde Ribeira Peixe (foto X. Muñoz, dic. 2006)

El Pico do Caué o Cão Grande es una imponente torre de penedo (una aguja basáltica) de 663 m de altitud, que se yergue junto a la antigua plantación de Emolve, al sur de la isla de São Tomé. Da nombre al distrito administrativo cuya capitalidad es la villa de São João dos Angolares y ahora lo da a nuestra asociación.

 

Es una pieza más del numeroso conjunto de panes de azúcar y torres de penedo que se extiende por el centro y la región meridional de la isla (panes de azúcar: Pico Maria Fernandes 861 m, Fraternidade 338 m, São João 351 m, Sinaí 254 m; torres de penedo: Cão Pequeño 390 m). Su existencia está relacionada con las condiciones climáticas de las regiones calientes y húmedas y con la naturaleza de la roca: rocas fonolíticas y constituyen necks desentrañados y moldeados por la erosión [sic. F. Tenreiro]. Ejemplos de ese tipo de paisaje se pueden encontrar también en toda la diagonal del Monte Camerún, pero es quizás en la isla de São Tomé donde se encuentran las muestras más contrastadas.

 

En realidad se trata de la cocina de un antiguo volcán a la que la durísima erosión del trópico libró del recubrimiento original. Su verticalidad hace que la vegetación que la recubre se reduzca a matojos y líquenes y que la columna basáltica quede a la vista, sobresaliendo entre los bosques frondosísimos y plantaciones de palmera dendé que se encuentran en su base. De ahí su imagen imponente y majestuosa. En la base también pueden hallarse los restos de los materiales que lo recubrían.

 

Desconocemos si el Pico do Caué tiene algún tipo de significación mágica para los habitantes del sur de la isla, pero, con toda certeza, es el emblema local. Al menos esa es la impresión que el viajero se lleva al encontrárselo de pronto sobre el paisaje selvático, al doblar el puerto en la carretera hacia el sur, inmerso casi siempre en un mar de neblina que le da un toque aún más enigmático.

 

Las reminiscencias fálicas son obvias, tanto como para sugerir quizás una viril masculinidad de la tierra o para recordarnos a todas horas la permanente sensualidad del carácter isleño.

 

 

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